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Castillo de Tortosa

EL PATRIMONIO DE TORTOSA

El castillo de la Zuda se encuentra sobre un elevación considerable que avanza sobre la vertiente más occidental del río Ebro, desde donde se domina la ciudad bajo-medieval y el barrio de Remolins, antigua judería.

La fortificación original disponía de torres prismáticas y cilíndriques en sus extremos de adaptación a la orografía del terreno, reseguido de una sólida muralla andalusina del siglo X. Sobre el promontorio quedaban distribuida construcción residencial con dependencias estructuradas en planta alargada en “ele” y varios patios de armas.

La torre del homenaje y dependencias contiguas han sido totalmente restauradas durante su conversión en Parador.

Resta todo un complejo de murallas que corresponden a las épocas contemporanea y moderna.

La catedral gótica fue levantada siguiendo el estilo arquitectónico gótico que predominaba en la época, iniciándose la construcción en 1347 bajo la advocación de Santa María.

El edificio es de planta basilical en tres naves y capillas entre los contrafuertes, siguiendo el ejemplo constructivos de la Francia meridional. La cubierta es de bóbeda de crucería en todo el edificio. El espacio interior queda iluminado mediante tres niveles de ventanas esbeltas, el primero de ellos tapado por los retablos que ocupan las capillas laterales.

La Sede no fue acabada por lo que faltan los pináculos sobre los contrafuertes en la cabecera. El ábside presenta una forma de doble girola sin separación entre sí de las capillas absidiales.

La fachada principal, inacabada, fue construida en estilo barroco así como, en el interior, la Capilla de la Cinta o Capilla Real, de una sola nave cubierta en bóbeda de cañón y cúpula sobre el crucero.

Recientemente han sido restauradas algunas de sus dependencias originales adjacentes al claustro, como los dormitorios de los canónigos (donde se ha instalado el coro catedralicio) y las caballerizas.

* Información: 977 440 901

La encomienda de Tortosa

El castillo de la Zuda y la catedral de Tortosa forman parte del importantísimo legado histórico de una antigua ciudad portuaria y mercantil, cruce de culturas y vias, donde el Ebro se encuentra con el Mediterráneo. Centro neurálgico y frontera entre Al-Ándalus y la Marca Superior, llegó a convertirse en un reino de taifa independiente hasta su conquista por parte Ramón Berenguer IV en 1148.

Bajo el mandato de Abd al-Rahman III se levanta el castillo de la Zuda, hoy convertido en Parador Nacional, entre otras construcciones hoy desaparecidas como las atarazanas, los baños públicos y una mezquita de cinco naves, construcciones que fueron reconvertidas en el palacio del Obispo y la catedral gótica.

El castillo ocupa el lugar de la antigua acrópolis romana y su construcción se remonta al siglo X. Tras la conquista cristiana, la ciudad fue repartida entre los Montcada, los genoveses y la orden del Temple. El castillo sirvió de prisión y fue reformado parcialmente y levantada la torre del homenaje, llegando a convertirse en residencia real en tiempos de Jaume I. A partir del siglo XV sufrió fuertes modificaciones para adaptarlo a los nuevos requerimientos militares y durante la guerra civil fue objeto de una grave destrucción. Hoy se encuentra restaurado y convertido en Parador Nacional.

Castillo de Tortosa

Los caballeros del Temple organizaron la encomienda el mismo año de la conquista (1148) y en 1182 ampliarion su dominio al recibir en donación la parte de la Corona y comprar, en 1153, la parte de los genoveses. Junto con la de Miravet, constituyeron las encomiendas más ricas de la Orden en toda la Corona de Aragón.

La influencia religiosa del Temple en la ciudad se materializó en la construcción de la sede románica, iniciada en 1158 y consagrada veinte años más tarde. Ya en el siglo XIII se añadió el claustro y en 1347 se inician las obras catedralicias que se alargarán hasta el siglo XVIII, dejando inacabada la fachada principal.

El dominio que ejerció la orden del Temple sobre la ciudad, sobretodo en el barrio judio (Remolins), pasó a manos del obispado tras la disolución de la Orden en 1314. Dos décadas antes, el 1294, Jaime II “el Justo” permuta la ciudad a los templarios por el enclave estratégico de Peníscola y se organiza en encomienda junto con la adquisición de Xivert y la compra de Culla (1303).

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