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La resistencia del Temple en Aragón y Cataluña

El 1 de diciembre de 1307, encontrándose el rey Jaime II en Valencia, envió órdenes a sus oficiales para que detuvieran a los templarios y los pusieran a disposición del inquisidor general Joan de Llotger. Fue precismente él quien acabó de presionar al rey Jaume II para que actuase contra los templarios; así pues, el rey tuvo siempre la coartada de que actuaba a petición del inquisidor general y no por inciativa propia.

El comendador provincial, Ximén de Lenda, se encontraba por entonces en Valencia, donde fue retenido por el rey. Automáticamente se pusieron en marcha una serie de mecanismos para no dejar a la orden sin posibilidad de actuación. Los templarios catalanes estaban reunidos en capítulo en Miravet desde finales de octubre; el lugarteniente de los templarios catalanes y comendador de Masdeu, fra Ramon de Saguàrdia fue quien asumió la difícil misión de dirigir y liderar la orden en un momento tan crítico. Miravet se convirtió en el centro neurálgico de las operaciones debido a una serie de circunstancias que se produjeron en el castillo:

  1. El comendador provincial (de la Corona de Aragón) había fijado su residencia oficial en este castillo desde finales del siglo XIII.
  2. El tesoro y archivos provinciales estaban custodiados en el castillo sede de la Corona de Aragón, el de Miravet.
  3. Su actuación estratégica sobre el río Ebro, importante vía de comunicación, y su inexpugnabilidad.

Fra Ramon de Saguàrdia se dirigió en dos cartas, conservadas actualmente, al rey Jaume II y a su mujer Blanca de Anjou, pidiéndoles que reconsiderasen la orden de detención y que liberasen al comendador provincial, Ximèn de Lenda. La respuesta del rey a Ramon de Saguàrdia del 13 de diciembre desde Alcira descarta su petición y justifica su actuación por motivos religiosos.

A principios de enero de 1308 el rey empezó una campaña de difamación contra la Orden, con lo cual esperaba incidir en la opinión de los obispos y prelados catalanes para que diesen el consentimiento eclesiástico a su actuación. El concilio celebrado en Tarragona podía haber sido un fracaso puesto que no todos creían cuanto se comentaba sobre los templarios. Pero la publicación de la bula papal Pastoralis Preeminentiae el 22 de diciembre, en la cual la Santa sede asumía la iniciativa de las acusaciones contra la Orden, hizo que el rey saliera airoso.

El 20 de enero Jaume II ordenó a Bernat Cespujades y a Guillem de Ceret que comunicasen a Ramon de Saguàrdia y a Berenguer de Sant Marçal, responsables de los castillos de Miravet y Ascó respectivamente, la determinación del rey y las citaciones del inquisidor general para su rendición, cosa que, evidentemente, no hicieron.

El 26 de enero Ramon de Saguàrdia volvió a remitir al rey una carta defendiendo la Orden y las acusaciones que pesaban sobre ella. Pero éste hizo caso omiso y el 13 de febrero ordenó a los anteriores emisarios el asedio general de Miravet.

En marzo, viendo el rey que no había tenido éxito en Miravet, envió a Pere de Vila-Rasa, doctor en leyes y juez, para convencerles de que un cambio de actitud beneficiaría su rendición; tampoco surgió efecto.

La capacidad de negociación de Ramon de Saguàrdia le condujo a proponer a Bernat Cespujades una serie de puntos para negociar una posible salida de la crisis, como, por ejemplo, la de entregarle una importante suma de dinero y enviar una persona de su confianza para que informase al Papa de la falsedad de las acusaciones contra la Orden. El 24 de abril, en una nueva carta dirigida a Jaume II, confirma la decisión por parte de los templarios de resistir el sitio.

El 29 de abril Jaume II autorizó a Guillem d'Anglesola para que se dirijiese a Miravet e intentar convencer a Ramon de Saguàrdia de su rendición (un hermano de Guillem residía en este castillo). Los resultados de la entrevista no cambiaron la actitud de los templarios.

En el mes de mayo, Jaume II envió a Pere de Queralt a Miravet para entrevistarse con el lugarteniente de los templarios catalanes. Este, junto con Fra Berenguer de Santjust (Comendador de Miravet), Fra Jaume d'Oluja (comendador de Granyena) y Fra Ramon d'Oliver (comendador de Zaragoza) le comunicaron que tan solo estaban dispuestos a obedecer lo que decía el Santo Padre, pero que, si se les acusaba de herejía, no la admitirían y que, incluso se defenderían de esta falsa acusación hasta la muerte si es necesario. El día 17 de mayo el rey conoció la desición irrevocable de los templarios.

En junio, Ramon de Canet, noble de Rosellón y sobrino de Ramon de Saguàrdia visitó a su tío en Miravet y escribió al rey explicándole que los templarios no estaban en contra de él sinó en conra de las falsas acusaciones de que eran objeto.

En julio el rey aceptó una entrevista con Jaume de Garrigans, quien actuó como delegado de Ramon de Saguàrdia. Jaume II, después de escuchar a sus consejeros, le expresó la negativa de negociar con los templarios y de admitir tan solo su rendición. El fracaso de las negociaciones de Jaume de Garrigans hizo que los templarios desconfiasen de él y le acusasen de traidor y de no saber negociar. Este cayó en desgracia, un triste final para una deserción anunciada. Esta circunstancia hizo que Garrigans, una noche, mientras hacía guardia en el castillo de Miravet, consiguiese huir con importantes documentos del archivo para enseñar al rey i, de paso, intentar ganarse el perdón de su anterior pasado templario. El rey no le escuchó, no se fió; a cambio, le aprisionó en Tortosa, con lo cual acabó totalmente olvidado y marginado; se perdió su rastro en 1309. La figura de Jaume de Garrigans no se valora justamente desde un principio, pues se ve como el malo de la historia.

A finales de verano de 1308 el rey decidió potenciar el sitio a los castillos donde aún residían los templarios, como Cantavella, Castellot o Villel, pero la moral y la pena de los sitiados hicieron el resto. El rey sabía que, al final, obtendría la vistoria, y no le importaba esperar el tiempo necesario; sabía que los castillos caerían uno a uno, hecho que jugaba a su favor. Concentraba sus esfuerzos en una fortaleza; cuando ésta cayera, iría a por otra, y así sucesivamente. A la caida de Castellot, a los templarios tan sólo les quedaban Miravet y Ascó en la Ribera d'Ebre y Monzón y Xalamera al Oeste.

Bernat de Llívia, que además de buen estratega era buen negociador, fue el encargado de los preparativos para intensificar el sitio en el castillo de Miravet: Los templarios estaban enfermos, sin agua y sin provisiones, y sabían que les quedaban muy pocas fortalezas en su poder.

Se formó una comisión negociadora dirigida por Ramon d'Oliver y Jaume d'Oluja, quienes, acompañados por Bernat de Llívia, se entrevistaron con Jaume II en Calatayud; allí le presentaron un documento, redactado por Ramon de Saguàrdia, en el cual figuraban unos puntos a tratar. El rey no aceptó todo el contenido del documento pero dejó entrever un cambio de actitud respecto a la manifestada hasta el momento. el rey se comprometió a pedir al Papa que los templarios fuesen tratados con misericordia en el proceso al cual se tuvieron que someter. aceptó que les fuera asignada una pensión segón el rango que tuvieran dentro de la orden i que, mientras se esperaba el juicio correspondiente, pudieran escoger el lugar de residencia desado. Tal vez, este cambio en la actitud del rey fuera debido a que sabía que los templarios no podían resistir mucho tiempo, que antes o después se tenían que rendir y que no era necesario irritar a una parte de la iglesia, si el sitio o las condiciones de rendición se endurecían demasiado.

A finales de noviembre, Berenguer de Santjust, Ramon d'Oliver y Jaume d'Oluja pensaba ya en rendirse. Pero Ramon de Saguàrdia aún conservaba una remota esperanza y se dirigió a la Santa Sede para informarla de que, con la rendición, el rey pretendía que los castillos y pertenencias templarias pasasen a la Corona. Ramon de Saguàrdia le comunicó que los templarios debían rendirsele a él y no al rey.

A principios de diciembre la suerte de los templarios ya estaba definida; el rey ya había aceptado algunos puntos de la rendición; el desánimo, las enfermedades y la actitud de rendición por parte de la mayoría de los templarios era definitiva. Ramon de Saguàrdia se dirigió al rey en una carta donde le pedía, entre otras cosas, que, por lo menos, respetase su honor. El rey le remitió una carta el 7 de diciembre desde Calatayud en la cual aceptaba la rendición y exponía que en todo “hemos hecho cumplir cuanto dice el Papa. Les trataremos benignamente”.

El día 12, Ramon de Saguàrdia puso fin a la resistencia templaria en Miravet y cedió el castillo a Bernat de Llíbia. Los oficiales del rey entraron en el castillo y detuvieron a los frailes , desarmándolos y registrándolos. El mismo día, los 22 templarios que se habían rendido fueron enviados a Tortosa donde, de momento, fueron encarcelados en el castillo de la Suda, quedando a disposición de Guillem de Ceret. Quedaron 6 personas en Miravet que no se rindieron.

Cuando los soldados entraron en el castillo se dirigieron a la Torre del Tesoro, donde se encontraba el archivo y documentos de la orden, así como dinero y otros objetos de valor histórico, como la lanza de Ramon Berenguer IV. Elaboraron una detallada relación de cuanto encontraron en la sala, con el fin de encontrar alguna pista que delatara los “abominables crímenes y faltas” por los cuales habían sido acusados.

En la madrugada del 14 de diciembre, Bernat de Llívia se dispuso a acabar con la resistencia de los 6 templarios que aún quedaban en el castillo. Ordenó colocar una escalera de madera en el patio de armas, delante de la estancia que abría al primer piso. Los soldados entraron sin resistencia y encontraron a Berenguer de Santjust y a sus dos sobrinos Ramon y Guillem; todos ellos fueron detenidos. Dentro de la iglesia románica, situada en la misma planta, delante del sobrio y austero altar tallado en piedra de una sola pieza, se encontraba Ramon de Saguàrdia, acompañado de dos de sus fieles ayudantes, Milà y Siscar, quienes no le abandonaron en estos momentos tan tristes. La detención de estos últimos prisioneros marcó el fin del sitio de Miravet.

Abolición de la Orden y juicios contra los templarios

A los pocos días se rindió el castillo de Ascó, y después Chalamera y Monzón, este último en mayo de 1309. Sin embargo, el sitio más importante lo protagonizó el castillo de Miravet, sede provincial de los templarios catalanes, y donde la orden custodiaba el archivo y tesoro provinciales, que contenía documentación importantísima para los juicios que se llevaron a cabo durante los años posteriores a la capitulación.

El rey de Francia, Felipe el Hermoso, engañó al Papa y le prometió retirar todas las acusaciones que pesaban contra su antecesor Bonifacio VIII, muerto años atrás como consecuencia de las desavinencias con el rey, si redactaba la abolición de la orden. Clemente V, a pesar de las informaciones favorables de la orden y de las acusaciones poco fundamentadas que pesaban sobre ella, en el Concilio de Viena del Delfinato, y por provisión apostólica, decidió la abolición de la orden con la bula papal Vox in Excelso, el 22 de marzo de 1312. En junio del mismo año la bula Ad Providam otorgó los bienes de los Templarios a la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalem. El 4 de noviembre del mismo año se celebró en Tarragona un concilio provincial, en el cual los templarios catalanes fueron declarados inocentes y libres de culpa; fueron indemnizados con pensiones vitalicias bien remuneradas, entre 1400 y 1800 sueldos jaqueses al año, y se les permitió vivir en las casas de comanda, por entonces ya propiedad de los hospitalarios. La casa maestra del templo fue clausurada; nunca más ningún templarios volvió a pisarla.

Los templarios franceses no tuvieron la misma suerte. El 18 de marzo de 1314, en el atrio de la catedral de París, el Gran Maestre del Templo, Jaques de Molay, fue condenado por el tribunal inquisitorial junto con otos 38 caballeros; aquella misma tarde fueron quemados en la hoguera. La orden fue abolida.

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